Los procedimientos educativos de don Alberto continuaron dando sus apetitosos frutos. Dediquemos este capítulo a relatar cómo fue concebida la primera carta que el repelente niño Vicente envió a los Reyes Magos... Tendría el niño, al dictársela a su papá, alrededor de los cuatro añitos y pico.
Como en todos o casi todos los capítulos de esta biografía, yo he de echar mano de la consabida frase: “Ya se sabe lo que son los niños a la hora de pedirles cosas a los Reyes Magos...” Tengo que hacerlo porque me interesa mucho recalcar que Vicente no era un niño: Vicente era un monstruo. Porque, ¿a quién, si no es un monstruo, se le ocurre dirigir a los Magos una instancia debidamente reintegrada y no una esquela llena de borrones?
Por eso digo:
Ya se sabe lo que son los niños a la hora de pedirles cosas a los Reyes Magos... Los niños, casi unánimemente, piden trenes como los de verdad; las niñas, casi por aclamación, piden muñecas que lloren, que anden, que duerman y que digan papá, mamá y no me da la gana. Es cierto que los Reyes complacen a los chicos en muy contadas ocasiones... Sólo los niños hijos de padres riquísimos, y por tanto muy influyentes, obtienen lo que desean; a los demás, a los huérfanos de recomendación, les brotan en los zapatos cajitas de lápices de colores o mediasuelas. A mí, personalmente, nunca me amanecieron los zapatitos con cosas que deseé: mi cajita de lápices de colores no me faltó ningún año.
En los días anteriores al 6 de enero, don Alberto trató del tema con su terrible vástago:
- Has de saber, querido hijo, que los niños frívolos y caprichosos suelen pedirle a los Reyes Magos un tren... Yo espero que tú, tan distinto a los demás, no les imites... En el caso de que sientas interés por las máquinas de vapor, ¿por qué no le pides a los Reyes un puchero, y así podrás gozar alegremente de las sensaciones que asaltaron un afortunado día al célebre Papin?
Vicente no pidió un puchero. Vicente fue mucho menos frívolo.
He aquí la instancia que elevó a Sus Majestades, instancia que envió por correo certificado, con acuse de recibo y reservándose copia:
“El que suscribe, niño llamado Vicente, domiciliado en la calle de Fuencarral, 135, Madrid, séptima ventana de la segunda fila empezando a contar por la derecha, tiene el alto honor de exponer a Sus Majestades:
Que en la actualidad se encuentra en el período de crecimiento, según atestigua con el certificado médico que adjunta.
Que, por recomendación facultativa y no por causas insustanciales, debe ingerir antes de cada comida dos cucharadas colmadas de aceite de hígado de bacalao.
Que, enterado de que en la noche del 5 al 6 de enero, Sus Majestades acostumbran depositar en los zapatos de los niños que han sido buenos para con sus padres, los regalos que dichos niños solicitan de vuestra bondad, desea beneficiarse de tal costumbre.
Que, a los efectos consiguientes, solicita por la presente instancia, debidamente reintegrada, el regalo de los siguientes artículos:
Diez litros de aceite de hígado de bacalao.
Una cuchara.
Veinte kilogramos de limones (éstos para, a la vez de sorber sus vitaminas, quitarse de las papilas gustativas el sabor del aceite de hígado de bacalao).
Es gracia que espera alcanzar de la reconocida bondad de Sus Majestades, ya que, en justicia y según se prueba con los adjuntos certificados paternos y maternos de buena conducta del firmante, el firmante se merece el obsequio de referencia.”
Fue complacido: los Reyes Magos depositaron en su habitación el aceite, la cuchara y los limones... Junto a ellos; y acaso como premio especialísimo, le dejaron también una cartilla escolar.
¿Qué decir de la alegría del repelente niño Vicente? ¿Qué fue tan gorda que, por una vez, perdió su comedido y su circunspección? Pues bien: los perdió... Al levantarse de la camita y ver el presente, Vicente gritó “¡Viva!”, gritó “¡Olé!” y gritó “¡Eureka!”... Sus padres, comprensivos, no le regañaron para llamarle al orden; profundamente satisfechos al ser testigos del gozo de su hijo predilecto, se limitaron a mirarle extasiados.
Mucho le gustó a Vicente el aceite de hígado de etc., etcétera, pero no menos le entusiasmó la cartilla:
- ¡Voy a aprender a leer! – gritaba en el colmo del alborozo -. ¡Voy a entrar en la cultura, voy a entrar en la cultura! – repetía como un imbécil.
Su hermana, la pobre, que ya andaba rondando los quince años, no tuvo tanta suerte... A ella los Reyes le pusieron en los zapatos, no unos de tacones altos, que era una de las cosas que ella había pedido, sino un costurero... Pepita, enfrentada con aquella cajita llena de hilos, de botones, de agujas y de otros chirimbolos parecidos, lloraba como una viuda inconsolable cuando alguien le preguntaba que cómo se ha podido morir su marido... Ella soñaba con los tacones altos, con un vestido al bies, con un sombrerito emperifollado, con una pinza depilatoria, con un frasco de perfumes...
Su hermano, siempre oportuno, le advirtió:
- ¿Cómo puedes llorar tan amargamente? En ese costurero hay muchas más cosas útiles que en tu misiva... Ea, ea... Procura comprender que el destino más alto de una niña es el de hacerse una perfecta ama de casa, y verás qué bien lo pasas... ¿Quieres una cucharadita de aceite de hígado de bacalao?
Rafael Azcona, "Vida del repelente niño Vicente"
No hay comentarios:
Publicar un comentario