jueves, 17 de julio de 2008

Epaminondas

Una vez había en el sur de Norteamérica, una buena mujer negra, que tenia un solo hijo. Como ella no podía darle nada muy hermoso, quiso darle un buen nombre y por eso le puso Epaminondas, que es el nombre de un general griego.
Epaminondas estaba orgulloso de llamarse así. Todos los días iba a ver a su madrina que vivía muy lejos del pueblo y siempre ella le hacia un regalito.
Un día le dio un riquísimo bizcocho:
- No lo pierdas, Epaminondas -le dijo –llévalo bien apretadito.
- Quédate tranquila madrina, que no lo perderé.
Y apretó tanto el puño que cuando llego a su casa y le ofreció a su madre solo le quedaba dentro de la mano un puñado de migas.
- ¿Qué traes ahí, Hijo mío?
- Un bizcocho, mamita.
- ¡Un bizcocho! ¡Válgale Dios! Pero, ¿qué manera tienes de llevar un bizcocho? ¿Quieres saber cómo se lleva? Lo envuelves muy bien en un papel de seda y después lo colocas en la copa del sombrero; te lo pones, y, muy despacito y derecho, para que no se te caiga, vienes tranquilamente a casa. ¿Has comprendido?
- Sí, mamita –dijo Epaminondas.
Al otro día volvió Epaminondas a casa de su madrina, y ella le regaló pedacito de manteca, buena y fresca, recién hecha.
Epaminondaslo envolvió limpiamente en un papel de seda, lo puso dentro de la copa del sombrero y se puso el sombrero en la cabeza.
Era verano, el sol calentaba mucho y la manteca poco a poco se fue derritiendo y escurriendo por todas partes. Así cuando el niño llegó a la casa de su mamá ya no había manteca dentro del sombrero sino que toda estaba en la cara y la espalda de Epaminondas.
La mamá, al verlo tan churretoso, levantó los brazos al cielo.
- ¡Dios te bendiga hijo mío! ¿que traes ahí, Epaminondas?
- Manteca fresca, mamita.
- ¡¡¡Manteca!!! ¿Pero qué has hecho del buen sentido que yo te he dado al nacer? ¿Qué manera es esa de llevar la manteca? Para llevar una manteca a lo largo del camino debes envolverla en hojas muy frescas ir mojándola en todas las fuentes, así conservará la frescura al llegar a casa, hijo.
Al otro día volvió Epaminondas a casa de su madrina, y ella le regaló un perrito muy lindo.
Epaminondas lo envolvió con mucho cuidado en hojas de parra, bien frescas y a lo largo del camino lo refrescó en todos los arroyos una y otra vez.
- ¡Dios te bendiga hijo mío! ¿qué traes ahí, Epaminondas?
- Un perrito, mamita.
- ¡¡¡Un perrito!!! ¿Pero qué manera es esa de llevar un perrito? Un perro se lleva con una cuerda atada al cuello, y tirando de él con cuidadito para que el animal ande. ¿Has entendido?
- Sí, mamita.
Al día siguiente cuando Epaminondas fue a la casa de su madrina le regaló un pan que terminaba de cocinar en el horno y estaba calentito y crujiente.
Epaminondas lo ató a una larga cuerda, puso el pan en el suelo y volvió a casa tirando de la cuerda como le había dicho su mamá.
- ¡Dios mío! –grita la madre-. ¿Qué me traes aquí, Epaminondas?
- Un pan que me ha regalado la madrina –contesta el niño orgulloso.
- ¡Epaminondas, hijo, serás mi perdición! No volverás a casa de tu madrina ni te explicaré ya nada. Seré yo la que vaya a todas partes.
Al día siguiente la madre se prepara para ir a casa de la madrina y antes advierte al hijo:
- Voy a decirte una cosa hijo mío: acabo de cocer en el horno tres masas y las he puesto en la tabla, delante de la puerta para que se enfríen. Ten cuidado de que no las coma el gato y si tienes que salir a la calle mira bien cómo pasas por encima de ellas con todo cuidado ¿Has comprendido?
- Sí, mamita.
La madre se puso su sombrero y se fue a la casa de la madrina. Las tres masitas, todas en hilera, se estaban enfriando delante de la puerta y como Epaminondas quiso salir a la calle miró bien cómo pasaba por encima de ellas.
"Uno, dos, tres." fue diciendo al mismo tiempo que las aplastaba.
La madre llega a poco... y nadie sabe todavía lo que allí pasó, pero el caso es que Epaminondas no podía sentarse al día siguiente.

Cuento del sur de Estados Unidos

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