Tengo profesión liberal; soy bastante pobre. Si dijera “estoy pobre”, el lector creería que le iba a pedir algo; es la verdadera frase pues mi mala situación no es accidental. Esto lo explicaré después, recuérdenmelo. (...)
Mi altura no es mala; depende del uso. Por debajo empieza al mismo tiempo con la de Firpo; por arriba deja suficiente espacio hasta el cielo, pero es muy mala para erguirme bajo un postigo de ventana aunque un momento antes me ha servido bien para atarme los botines. Parece increíble que todavía se usen los botines donde no alcanzan los brazos. (...)
A los siete años ya aprendí a venirme debajo de un balcón y llorar en seguida; el golpe no me desconcertaba; no me acongojaba antes de llegar al suelo cuando todavía no tenía utilidad el llorar ya.
Fue demasiado grave para un principiante; caí diez metros seguidos, orientado en perfecta vertical y sin entretenerme nada en el trayecto como siempre se me ha recomendado en los “mandados”: todo lo hice sin ayuda. 10 metros para piernas de 7 años es mucho siendo uno solo el que se cae y además los matemáticos no lo aprueban ni quieren creerlo por la desproporción de metro por año. Tan grave fue que no es seguro que yo exista después de ella y de tiempo en tiempo los diarios anuncian mi defunción porque algún cronista ha oído en conversación que hace cuarenta años me tomé de la baranda de la vertical durante diez metros continuos.
(El suelo, que está dondequiera que un porrazo se completa y que, buen compañero, no falta a nadie en la caída, es la altura nunca menospreciada de un aviador de piso, como yo. Esos navegantes del aire que se lanzan afanosos a lo alto como si se propusieran volver a fumar el humo del cigarrillo exhalado momentos antes, harían algo análogo a lo que recientemente me aconteció a mí cuando caminando con un amigo tropecé, mientras le hablaba, tan violentamente hacia delante, que alcancé las palabras que acababa de pronunciar: me oí a mí mismo y tuve oportunidad de corregir un cierto gran disparate comenzado en ellas.)
Ejecuté tan bien el venirse abajo que se me atribuyó vocación especial y en el barrio cuando algún chico por descuido pudo caerse, viéndole todos al borde de un balcón vacilando, corrían a mi casa a buscarme para que yo tomara por él el encargo de la caída. Mis chichones sobresalían no solo en el cuerpo sino en el barrio; aun entre tumefacciones, ya de por sí relevantes, las mías sobresalían y en chichonería comparada era yo persona de fama.
Mi norma, en fin, era: empezar con caídas la maestría de equitación, pero, de caballos chicos.
Como escribo bajo la depresiva inseguridad de existir, basta por hoy de una literatura quizá póstuma; soy más prudente que Mark Twain, el otro solo caso.
Macedonio Fernández, "Papeles de Recienvenido"
No hay comentarios:
Publicar un comentario