Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox, al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo dellas en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados, y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel tornábase mosto, y lo que a él se llegaba.
Acordó de hacer un banquete, así por no lo poder llevar como por contentarme; que aquel día me había dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
- Agora quiero yo usar contigo de una liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas, y que hayas de él tanta parte como yo. Partirlo hemos de esta manera: tú picaras una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo mismo hasta que lo acabemos, y de esta suerte no habrá engaño.
Hecho así el concierto, comenzamos; más luego, al segundo lance, el traidor mudó propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo debría hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura no me contenté ir a la par con él; más aun, pasaba adelante: dos a dos y tres a tres, y como podía las comía. Acabado el racimo, estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
- Lázaro: engañado me has. Juraré yo a Dios que has tú comido las uvas de a tres.
- No comí – dije yo -; mas ¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
- ¿Sabes en qué veo que las comistes tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.
Anónimo, "La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades" (Siglo XVI)
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