jueves, 17 de julio de 2008

Una liebre

La mañana otoñal está creciendo bajo el sol más tierno que pueda imaginarse, y la brisa la acaricia con un hálito que hace sonreír al rocío en los pastos gozosos de luz. Desde el cielo de un azul tirante, desciende una paz evangélica, como de retablo navideño, que hermana seres y cosas; un vínculo sutil que acaso lo genera el sol, pues yo siempre siento que es él quien me une a todo lo creado, adentrándome en ello por la virtud de su magia. Así, la mañana, es un vaso transparente colmado de vuelos, trinos, fragancias y vibraciones que acentúan la íntima belleza de la hora. Fuera de esto, el silencio, araña invisible, tiende su tela blanda y sedante por todo el ámbito campesino.
De pronto, un disparo de fusil desgarra esa tela impalpable, conmoviendo el lugar. Callan las aves, se interrumpe todo el alentar de vida y hasta la brisa parece detenerse en un suspenso de sorpresiva alarma. Luego, estalla otro disparo, y otro, y varios más, multiplicándose en los ecos que despiertan sobresaltados... Se dijera que alguien está empeñado en asesinar la mañana...
A poco, despavorida, se ve llegar una liebre en busca de refugio. Galopa con gran dificultad, y parece galopar no solo con las patas, sino también con las orejas que acompasan a aquéllas en sus movimientos, oscilando acentuadamente en la dirección que lleva.
Cuando cesa el estruendo, se detiene bajo una chirca y mira con sorpresa la mañana esplendorosa, sin comprender cómo en esa dulzura puede frutecer el mal... Sus ojos, al par que miran tristes, recogen las chispas del rocío, reteniéndolas como lágrimas... El pasto que le sirve de lecho enrojece mientras avanza el día. Debe promedia ya, pues la sombra proyectada por la mata que la cobija ha disminuido hasta ser sólo una ceja.
El campo se aletarga en el ardor de la siesta, y ese ardor ella lo siente en lo interno, quemando sus entrañas. A su lado, pasa un abejorro con el rezongo de su bordoneo y una carga de luz tan excesiva, que se le derrama por todo el cuerpo en brillos tornasolados. Ella lo ve como un relámpago en el sol... Un sueño venido desde muy lejos la va invadiendo; es un sueño oscuro con innumerables puntitos luminosos, que se truecan en hirientes agujas a cada movimiento del cuerpo, impidiéndole dormirse. En el fondo de ese sueño inconciliable y como visto en el espejo de la sed, está el arroyo con su agua viva y palpitante, fluyendo en el fresco roce acariciador y con íntimos sabores de campo y de cielo...
Comienza a madurar la tarde, bella como lo ha sido la mañana; tal dos hermanas gemelas de idéntica hermosura que hubiesen llegado una después de otra. Y la tarde recoge entera la serenidad traspasada de gracia del momento, comunicándola a todo; a todo, menos a ella, pobre ser que apenas se agita sobre la gramilla ensangrentada...
En la solemnidad del crepúsculo, casi ciego ya, regresan los hombres de sus aventuras de caza, precedidos por los perros que descubren el cuerpo de la liebre y se lo disputan con violencia, desgarrándolo... Aunque ahora nada más puede causarle daño, pues es sólo una envoltura abandonada, la sombra que deja una luz al apagarse...

Juan Burghi, "Zoología lírica"

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