jueves, 17 de julio de 2008

Noé

Aunque no se hable más de él en nuestra casa, está así, en todos, y con ese miedo a nombrarlo nos miramos comprendiendo, adivinando nuestros recuerdos.
Siempre supe que Noé había quedado entre nosotros, no como quedan todos los que mueren; aún toma su cognac después de cada comida, aún fuma su pipa antes de acostarse, aún es. Aún Susana, que sin tener ninguna obligación y tal vez con el único propósito de mortificarse, viene a casa cada jueves, como lo hacía cuando estaba Noé. Sin nombrarlo, se pasa las tardes, alejándose de él con temas varios, pero sabiendo que el extremo de esa situación tocará el principio de mi hermano.
Desde su fotografía él vigila nuestros pasos, nuestros quehaceres y hasta nuestras ideas, como si pudiera regresar y castigarnos por pensar de esta manera o por no rezar en su memoria cada mañana.
Y yo no sé por qué, pero me siento culpable ante la mirada de los de la familia. ¡Cuántas veces salimos juntos a cazar liebres! Hoy sé que ha muerto, pero cómo, supongo que en esa época estuve muy enfermo y por esa razón no recuerdo los hechos. Según dicen, falleció en un accidente.
Noé... veinticuatro años creciendo juntos, tu viviste hasta dos lejanísimos meses. Yo, viví hasta hoy. Porque es muy penoso y acabo de comprender el significado de las miradas de mis familiares y mientras caigo desde un quinto piso estoy pensando que debí haber aminorado en aquella curva.

Roberto Britos, "Borradores definitivos"

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